viernes, julio 21, 2006

Una semana.

Tardó una semana. El tiempo necesario para que todos los que alguna vez la conocieron fingieran el llanto frente a su cadáver aún vivo. El suficiente para que él aprendiera a obviar su perfume adherido a la tela del separador de aquel libro de Chèjov. Tardó una semana. Luego lo enterró bajo paladas blancas de código fuente.