jueves, abril 19, 2007

Lisbon Revisited IV

Foto de Sutpen


"Aquí......
Onde a terra se acaba
e o mar começa......"

Aquí.

martes, abril 17, 2007

Lisbon Revisited III

Foto de Sutpen



Esperar a que vuelva de la ducha con la nariz hundida en su almohada.

domingo, abril 15, 2007

Lisbon Revisited II

Foto de Sutpen




- ¿Qué es lo que más te gusta de mi?
- Que a veces consigues que me olvide de ella.
- Creo que es lo más bonito que me han dicho en mucho tiempo...
- Y yo creo que es lo más triste que he dicho en mucho tiempo.

jueves, abril 12, 2007

Lisbon Revisited

(Foto de Sutpen)




Nada me ata a nada.
Quiero cincuenta cosas al tiempo.
Con la angustia del ávido de carne anhelo
no sé bien qué:
definidamente lo indefinido...
Duermo inquieto, y vivo el soñar inquieto
del que duerme inquieto, a medias soñando.

Me cerraron todas las puertas abstractas y
necesarias.
Corrieron las cortinas ante todas las hipótesis que
habría podido ver en la calle.
En el callejón donde me encuentro no está el
número de puerta que me dieron.
Desperté a la misma vida que me había
adormecido.
Hasta mis ejércitos soñados sufrieron la derrota.
Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.
Hasta la vida sólo deseada me harta -hasta esa
vida...
Comprendo a intervalos inconexos,
[...]

Otra vez vuelvo a verte,
pero, ¡ay, a mí no vuelvo a verme!
Se ha roto el espejo mágico en el que volvía a
verme idéntico
y en cada fragmento fatídico sólo veo un pedazo
de mí
-un pedazo de ti y de mí.

(Álvaro de Campos)

lunes, marzo 12, 2007

Viento




No era capaz de recordar un viento como aquel. Un viento que arrancaba a jirones el azul de la superficie del mar, humillaba las copas de los árboles, violentaba puertas y ventanas con la fuerza de un gigante invisible y rompía cristales con el aliento de una explosión nuclear, transformando la realidad en algo tan frágil que daba pavor tocar las cosas por miedo a que estallaran en tus manos. Fue ese vendaval bíblico que barría la superficie del mundo y elevaba en altas espirales todo lo volátil el que exhumó en mi memoria aquellos versos aprendidos –y más tarde olvidados- en una época lejana en la que aún disfrutaba aprendiendo cosas absurdas. Completos, intactos y desgajados de un todo incierto como un coágulo de sangre, un cálculo renal, una flema secretada por un violento acceso de tos. O de viento:

Eros d'etinaxè moi phrénas,
os anemós kath’oros
drýsin empeton

Safo.



“Amor zarandea mis sentidos, como el viento en la montaña acomete a las encinas”

miércoles, febrero 14, 2007

Muescas

Porque en el tiempo que nos conocemos hemos crecido junto a ellos. Hemos pegado la espalda a sus versos –a veces de puntillas, admitámoslo, para parecer más altos- y les hemos puesto muescas a la altura de nuestras cabezas. Ayer me regalaste la oportunidad de volver a aquel poema y comprobar cuánto había crecido.

Porque el mar que aquel niño miraba a través de la ventana del tren ya no es el que era entonces, porque te quiero, porque no me ha bastado con un cómic de Spirou y porque al fin y al cabo hoy es San Valentín, te regalo algo para que también tú apoyes la espalda sobre sus líneas. Y te midas. Y ni se te ocurra ponerte de puntillas. Canija. Estoy detrás de ti. No lo olvides.



“Y yo seguía, delante de León, para compadecerme, y nunca me había sentido tan violento. No lo conseguía... Él me encontraba... Las pasaba putas... Él debía de buscar a otro Ferdinand, mucho mayor que yo, desde luego, para morir, para ayudarlo a morir más bien, más despacio. Hacía esfuerzos para darse cuenta de si por casualidad no habría hecho progresos el mundo. Hacía el inventario, el pobre desgraciado, en su conciencia... Si no habrían cambiado un poco los hombres, para mejor, mientras él había vivido, si no habría sido alguna vez injusto con ellos sin quererlo... Pero sólo estaba yo, yo y sólo yo, junto a él, un Ferdinand muy real al que faltaba lo que haría a un hombre más grande que su simple vida, el amor por la vida de los demás. De eso no tenía yo, o tan poco, la verdad, que no valía la pena enseñarlo. Yo no era grande como la muerte. Era mucho más pequeño. Carecía de la gran idea humana. Habría sentido incluso, creo, pena con mayor facilidad de un perro estirando la pata que de él, Robinson, porque un perro no es listillo, mientras que él era un poco listillo, de todos modos, León. También yo era un listillo, éramos unos listillos... Todo lo demás había desaparecido por el camino y hasta esas muecas que pueden aún servir junto a los agonizantes las había perdido, había perdido todo, estaba visto, por el camino, no encontraba nada de lo que se necesita para diñarla, sólo malicias. Mi sentimiento era como una casa adonde sólo se va de vacaciones. Es casi inhabitable. Y, además, es que es exigente, un agonizante moribundo. Agonizar no basta. Hay que gozar al tiempo que se casca, con los últimos estertores hay que gozar aún, en el punto más bajo de la vida, con las arterias llenas de urea.
Lloriquean aún, los agonizante, porque no gozan bastante... Reclaman... Protestan. Es la comedia de la desgracia, que intenta pasar de la vida a la propia muerte.”

Louis Ferdinand Céline
Viaje al fin de la noche

viernes, febrero 09, 2007

La sonrisa.

No fue el viento lúbrico que preñaba mujeres fuera quien lo hizo. No fueron sus manos, ni siquiera unas palabras mágicas recitadas en voz alta con la entonación adecuada...

Creo que fue la sonrisa,
la sonrisa fue quien abrió la puerta.
Era una sonrisa con mucha luz
dentro, y apetecía
entrar en ella, quitarse la ropa, quedarse
desnudo dentro de aquella sonrisa.
Correr, navegar, morir en aquella sonrisa.

(La Sonrisa. Eugenio de Andrade)

viernes, enero 19, 2007

El astronauta

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*Para A. a la que adoro, aunque el vestidito de Wendy le quede un poco pequeño.


Hoy se cumplen diez días desde que recibió aquella notificación certificada. Decían que habían encontrado algo para él. Pero ahora le gustaría levantarse de la silla de plástico y huir. Escapar de este pasillo gris de baldosas grises limitado en el breve y estrecho intervalo de dos puertas grises y dos paredes tachonadas de innumerables racimos de papeles muertos. Alejarse corriendo de ese tipo de aspecto desaliñado y sucio que dormita a su lado apoyando los codos sobre las rodillas, la frente sobre las palmas de sus manos. Que apesta a alcohol. De ese otro pulcramente vestido con traje y corbata que lo observa con media sonrisa de desprecio sentado sobre la misma silla de plástico, una pierna cruzada, desde la pared de enfrente. Desearía no encontrarse allí, ser absorbido por un agujero negro, que un meteorito gigante impactase sobre su cuerpo y lo volatilizase. Pero no puede moverse. Sus sobrezapatos, tan ligeros cuando caminaba sobre las blancas y áridas superficies de lunas y planetas, pesan ahora todo el plomo que contienen. Anclado en gravedad casi diez. Sentado e inmóvil con su casco espacial sobre las rodillas. La misma plateada escafandra sobre la que ahora reverberan las asépticas luces de neón del techo y que esta mañana decidió ponerse antes de salir de casa como esos viejos marinos que el mar escupe a tierra con el paso de los años y que se niegan obstinadamente a abandonar su gorra bordada con anclas doradas creyendo que les otorga un respeto y un orgullo que sólo ellos son capaces de entender completamente y que, en tierra, alejados del mundo que habitaron una vez –mar o universo- se convierten en tierna compasión, en adorable chifladura. Pero no es eso lo que ahora él más teme. No le importa parecer un payaso, un loco encantador, un imbécil redomado. Ya no. Lo que verdaderamente le aterra es que alguien abra esa puerta gris y le niegue la oportunidad de volver al espacio exterior, de respirar de nuevo por su boca oxígeno ajeno, de experimentar otra vez la ingravidez en su cuerpo. De contemplar y sentir una vez más, tan cerca, el fulgor inefable de aquella estrella.

lunes, enero 08, 2007

Rituales

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En realidad, “meu bem”, no es una historia. Es un ritual. Uno de los muchos que ella me enseñó mientras estuvimos juntos. Eran tantos los que inventaba y de los que me hacía partícipe que llegó un momento en el que más que amor, lo que ambos compartíamos era una religión. En cierto modo era su peculiar forma de obligarme también a mí a decir “Melibeo soy”, frase que ella amaba con fuerza y que me regaló como inscripción en un colgante que desapareció hace muchos años en el mar. Hay objetos tan pesados que no existe ley física que los salve de la condena de naufragar en el océano.

Al principio y cada vez, me resistía a participar en ellos, pero finalmente siempre acababa accediendo a regañadientes con una sonrisa entre resignada y expectante. Porque en realidad aquella era una religión de rituales tan hermosos que eran capaces de vencer el más férreo escepticismo. Incluso el mío. Y quizá fuese cierto que no creía en ellos de la forma que ella hubiese deseado pero creía ciegamente en la belleza de aquellos rituales. Nunca he sido inmune a la belleza.

Llegamos a Brighton ya avanzada la noche después de hacer cientos de kilómetros en autobús por carreteras secundarias. Dormimos en una pequeña pensión a las afueras y a la mañana siguiente nos dirigimos en otro autobús a la pequeña aldea de Ripe, a muy poca distancia. Hacía días que había intentado persuadirla sin éxito para que me dijera qué tenía de especial aquel villorrio perdido en mitad del Condado de Sussex para cruzar media Inglaterra en su busca. Aquella mañana, ya en el pueblo de Ripe, mientras bajábamos nuestras mochilas del autobús volví a intentarlo. Ella sólo sonrió y dijo: “Vamos a comprar bourbon y después al cementerio”.

“¿Qué carajo vamos a hacer en un cementerio con una botella de bourbon? Te advierto que he dejado los condones en la mochila.”, le dije sonriendo mientras caminábamos hacia donde el tipo de la licorería nos había indicado que encontraríamos el campo santo. Ella estalló en una carcajada limpia, me besó y fue entonces cuando empezó a hablarme de él. Y de aquel camarote que olía a sexo, perfumes exóticos y plumas de gaviotas. De los libros de Conrad y Melville sobre el escritorio, del S.S. Pyrrhus dirigiéndose a Yokohama a la búsqueda “del hombre verdadero”, de su infinito amor por el mar, por el alcohol y por su mujer, de su corazón demasiado pequeño para amores tan grandes, de su suicidio. De “Bajo el Volcán”. Le brillaban los ojos como si ya se hubiese bebido el bourbon. Como siempre antes de un ritual.

Tardamos casi una hora en encontrar su lápida en aquel pequeño cementerio de aldea. Descuidada, cubierta de moho y líquenes y casi oculta tras la alta hierba.

“Malcolm Lowry
1909 – 1957”

Nos sentamos junto a la tumba, ella abrió la botella y muy lentamente, en pequeñas y espaciadas dosis fue vertiendo la mitad sobre la tierra que supuestamente cubría los huesos del escritor. Después me ofreció la botella y fuimos bebiendo alternativamente hasta acabarla. “¿Ves el epitafio?”, me preguntó con la mirada fija en la lápida mientras me devolvía el whisky tras un trago. Me acerqué a la piedra y pasé la mano sobre ella. El tacto me devolvió sólo el nombre y el intervalo de su tiempo de vida. “No, no veo nada”, respondí. “Está ahí. Debajo del moho y los líquenes”. Moví negativamente la cabeza, resignado, y sonreí. “¿Y qué dice?” Ella sacó un papelito de su bolso lo desdobló varias veces y leyó:

Malcolm Lowry
Late of the Bowery
His prose was flowery
And often glowery
He lived, nightly, and drank, daily,
And died playing the ukulele.(1)

A continuación, guardó de nuevo el papelito en su bolso, me pidió la botella con un gesto, la acabó de un solo trago y dijo: “Ahora hay que cantar, los borrachos siempre cantan”.

Para entonces yo habría comulgado con magdalenas mojadas en tila o rezado a la sustancia negra y viscosa que salía por la boca de Madame Bovary cuando la hallaron muerta si ella me lo hubiera pedido. Incluso lamenté profundamente no haber encontrado días antes en Londres el dichoso ukelele con el que de improviso y sin causa aparente se había encaprichado.

We Sit Unshackled Drunk And Mad To Edit

Notions of freedom are tied up with drink
Our ideal life contains a tavern
Where man may sit and talk of or just think
All without fear of the nighted wyvern,
Or yet another tavern where it appears.
There are no no trust sign no no credit
And apart from the unlimited beer
We sit unhackled drunk and mad to edit
Tracts of a really better land where man
May drink a finer, ah , an undistilled wine,
That subtley intoxicates without pain,
Weaving the vision of the unassimilable inn
Where we may drink forever,
With the door open, and the wind blowing.(2)


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(1) "Malcolm Lowry / difunto de la calle Ebria / su prosa fue florida / y a menudo airada / Vivió, noche a noche, y bebió, día a día, / y murió tocando el ukelele"

(2) "Nos sentamos plácidamente borrachos y locos por editar."


Las nociones de libertad se atan con un trago
Nuestro ideal de vida contiene una taberna
Donde un hombre puede sentarse y hablar o sólo pensar
Todo sin miedo a los dragones nocturnos
O al menos dónde aparecerá otra taberna.
No, no hay signo de confianza y crédito no, no
Y además de la cerveza ilimitada
Nos sentamos plácidamente borrachos y locos por editar
panfletos de una tierra realmente mejor donde el hombre
Puede beber algo mejor que, ah, un vino sin destilar
Esa sutileza que intoxica sin dolor
Tejiendo una inasimilable visión de la posada
Donde podemos beber para siempre
Con la puerta abierta y el viento soplando.

(Traducción -más o menos libre- de M. S. T)