miércoles, febrero 14, 2007

Muescas

Porque en el tiempo que nos conocemos hemos crecido junto a ellos. Hemos pegado la espalda a sus versos –a veces de puntillas, admitámoslo, para parecer más altos- y les hemos puesto muescas a la altura de nuestras cabezas. Ayer me regalaste la oportunidad de volver a aquel poema y comprobar cuánto había crecido.

Porque el mar que aquel niño miraba a través de la ventana del tren ya no es el que era entonces, porque te quiero, porque no me ha bastado con un cómic de Spirou y porque al fin y al cabo hoy es San Valentín, te regalo algo para que también tú apoyes la espalda sobre sus líneas. Y te midas. Y ni se te ocurra ponerte de puntillas. Canija. Estoy detrás de ti. No lo olvides.



“Y yo seguía, delante de León, para compadecerme, y nunca me había sentido tan violento. No lo conseguía... Él me encontraba... Las pasaba putas... Él debía de buscar a otro Ferdinand, mucho mayor que yo, desde luego, para morir, para ayudarlo a morir más bien, más despacio. Hacía esfuerzos para darse cuenta de si por casualidad no habría hecho progresos el mundo. Hacía el inventario, el pobre desgraciado, en su conciencia... Si no habrían cambiado un poco los hombres, para mejor, mientras él había vivido, si no habría sido alguna vez injusto con ellos sin quererlo... Pero sólo estaba yo, yo y sólo yo, junto a él, un Ferdinand muy real al que faltaba lo que haría a un hombre más grande que su simple vida, el amor por la vida de los demás. De eso no tenía yo, o tan poco, la verdad, que no valía la pena enseñarlo. Yo no era grande como la muerte. Era mucho más pequeño. Carecía de la gran idea humana. Habría sentido incluso, creo, pena con mayor facilidad de un perro estirando la pata que de él, Robinson, porque un perro no es listillo, mientras que él era un poco listillo, de todos modos, León. También yo era un listillo, éramos unos listillos... Todo lo demás había desaparecido por el camino y hasta esas muecas que pueden aún servir junto a los agonizantes las había perdido, había perdido todo, estaba visto, por el camino, no encontraba nada de lo que se necesita para diñarla, sólo malicias. Mi sentimiento era como una casa adonde sólo se va de vacaciones. Es casi inhabitable. Y, además, es que es exigente, un agonizante moribundo. Agonizar no basta. Hay que gozar al tiempo que se casca, con los últimos estertores hay que gozar aún, en el punto más bajo de la vida, con las arterias llenas de urea.
Lloriquean aún, los agonizante, porque no gozan bastante... Reclaman... Protestan. Es la comedia de la desgracia, que intenta pasar de la vida a la propia muerte.”

Louis Ferdinand Céline
Viaje al fin de la noche

viernes, febrero 09, 2007

La sonrisa.

No fue el viento lúbrico que preñaba mujeres fuera quien lo hizo. No fueron sus manos, ni siquiera unas palabras mágicas recitadas en voz alta con la entonación adecuada...

Creo que fue la sonrisa,
la sonrisa fue quien abrió la puerta.
Era una sonrisa con mucha luz
dentro, y apetecía
entrar en ella, quitarse la ropa, quedarse
desnudo dentro de aquella sonrisa.
Correr, navegar, morir en aquella sonrisa.

(La Sonrisa. Eugenio de Andrade)