martes, noviembre 10, 2009

El ogro

Nikolái Valuev

Hacía mucho que no visitaba este lugar una entrada de boxeo. Principalmente porque nada extraordinario había ocurrido en un cuadrilátero desde el abúlico derrumbe de Mike Tyson ante el irlandés Kevin Mc Bride la noche en la que “el terror del Garden” consiguió derrotar al último hombre que le quedaba por batir sobre la faz de la tierra (y a fe que ya lo había intentado en varias ocasiones): a sí mismo. El estruendo de la caída de Tyson fue tan grande que durante un tiempo el otrora férreo reinado del neoyorkino fue pasando sin pena ni gloria de unos puños a otros hasta la llegada de los hermanos Vladimir y Vitali Klitschko, actuales dominadores absolutos de la Federación y la organización mundial de boxeo y el Consejo respectivamente. Contemporáneos Cástor y Pólux ucranianos que ganan sus combates como los ganarían dos guerreros de terracota sobre un ring: por pura desesperación de los contrarios que golpean sus cuerpos cincelados en roca. Más animada, en cambio, estaba la acera de enfrente de los cuadriláteros, la Asociación Mundial de Boxeo, donde desde hace años reinaba una extraordinaria criatura a la que prestaba atención de cuando en cuando y a la que más de una vez pensé en exhibir en el Ciento con rótulos en colores vivos y neones fluorescentes en los se podría leer: “Pasen y vean, señores y señoras, pasen y vean al hombre-montaña, a la Bestia del Este, al Monstruo de San Petersburgo, a André el Gigante”. Ayer perdió su título ante un inglés de pies ligeros y golpes fulgurantes, “el Aquiles” David Haye, al que ya comparan con Muhammad Alí cuando mezclar ambos nombres en la misma frase merecería penas de prisión. Y cuando, entusiasmado, me disponía por fin a exhibir a mi criatura, a ponerme mi sombrero de copa, mi chaleco de rayas rojas y negras, y había hecho gárgaras con claras de huevo… descubro que mi amado Juanma Trueba se me había adelantado y una multitud enfervorecida se agolpaba frente a su carpa al grito de “pasen y vean, señores y señoras, pasen y vean a Valuev, el hombre que fingía ser un ogro”.


“El razonamiento parece irreprochable y más aún si hablamos de boxeo, sección pesos pesados: cuanto más grande, más fuerte. El axioma falla en el siguiente paso. El error es concluir que el más fuerte gana. La equivocación es pensar que el boxeo es un concurso que mide, exclusivamente, la fuerza. La confusión es vieja y recurrente y nos presenta cada cierto tiempo a un gigante que reescribirá la historia del noble arte. Así apareció Primo Carnera (2,05), antes forzudo de circo, y así, en trazo amargo, dibujó el cine a Toro Moreno (Más dura será la caída), un apolo argentino "con los puños de talco y la mandíbula de cristal", según definición de su agente, interpretado por el corrosivo Humphrey Bogart.

El problema surge cuando el gigante es manso y lee a Tolstoi, como Valuev. La paradoja es que los cuerpos temibles se suelen acompañar de cabezas sosegadas; son los esqueletos reducidos, recuerden y repasen, los que provocan terremotos. Pinten de verde a Valuev y entenderán su vida a través de Shrek: un buen tipo en el papel de ogro, justo el que esperan los demás.

Su biografía confirma que poco había de boxeador vocacional en el joven Nikolai Sergeyevich, primero aficionado al baloncesto, luego al lanzamiento de disco y casi siempre poeta. Fueron sus genes tártaros (aseguran que desciende de un gigante mongol) los que determinaron su aspecto y los que decidieron su futuro. Después llegaron los agentes como Bogart y a continuación, el rumor y la propaganda: La Bestia del Este, El monstruo de San Petersburgo

Tal vez Valuev, el gigante ruso de 213 centímetros, entienda que su derrota del domingo (perdió a los puntos su cinturón de campeón del mundo de los pesados ante el inglés David Haye) fue una victoria y una liberación, aunque se lo calle. Por un tiempo los rastreadores de talentos (y millones) olvidarán a los gigantes y volverán a buscar entre los tipos con buenas razones para pegarse, que de eso se trata. "Chico, tú tienes algo dentro de lo que carecen el resto de los boxeadores y que no se puede entrenar. Tú tienes odio". Eso, o algo parecido, le decían a Rocky Graziano en Marcado por el odio. Otra buena película.”

(Juanma Trueba, artículo publicado en el Diario As el 09-11-2009)