lunes, marzo 12, 2007

Viento




No era capaz de recordar un viento como aquel. Un viento que arrancaba a jirones el azul de la superficie del mar, humillaba las copas de los árboles, violentaba puertas y ventanas con la fuerza de un gigante invisible y rompía cristales con el aliento de una explosión nuclear, transformando la realidad en algo tan frágil que daba pavor tocar las cosas por miedo a que estallaran en tus manos. Fue ese vendaval bíblico que barría la superficie del mundo y elevaba en altas espirales todo lo volátil el que exhumó en mi memoria aquellos versos aprendidos –y más tarde olvidados- en una época lejana en la que aún disfrutaba aprendiendo cosas absurdas. Completos, intactos y desgajados de un todo incierto como un coágulo de sangre, un cálculo renal, una flema secretada por un violento acceso de tos. O de viento:

Eros d'etinaxè moi phrénas,
os anemós kath’oros
drýsin empeton

Safo.



“Amor zarandea mis sentidos, como el viento en la montaña acomete a las encinas”