domingo, marzo 29, 2009

La lectura


No era la primera vez. Ya había leído otras noches. Cuentos imposibles de Cortázar en lunfardo, fragmentos inconexos del Ulysses de Joyce y monólogos interiores de Benji en el Ruido y la furia de Faulkner. Incluso poemas noctámbulos dedicados a las cuatro de la madrugada de Wislawa Szymborska. Pero jamás pensé que sería capaz de leer ese fragmento de carta en voz alta y delante de tanta gente conocida. Sin embargo, respondí cuando pronunciaron mi nombre, bebí un largo trago de cerveza de la botella mediada antes de levantarme del sofá con el libro en la mano, sonreí a la presentadora y amiga que aplaudía como el resto de personas que llenaban el local esa noche, me senté en el taburete, acomodé el micrófono ante mi boca y donde no esperaba que hubiera nada surgió una voz trémula que dijo: “buenas noches”. Porque no os voy a mentir. La voz me temblaba. Lo noté de inmediato. Surgía del fondo de mi estómago arrastrando adheridas finas hebras de lágrimas. Lo que ocurrió después se pierde en el estruendo de un aplauso final, en mi voz enhebrada con precisas puntadas en cada frase, en mi propia sangre diluida y corriendo oscura por la tinta de cada palabra, en el vértigo aterrador de algunos párrafos y en el deleite con que leí otros como si no hubiera nada en este mundo que deseara más que quedarme en aquellos párrafos que invitaban al descanso, al olvido, a permanecer allí, en esas pocas letras, para siempre. Hubo más. Sobre todo el silencio estremecedor que aquellas palabras provocaron mientras inundaban el aire. Ni un tintineo de cristal de vasos, ni un solo murmullo, ni el más leve susurro aspirado de humo de cigarrillo. Toda aquella gente muda, absorta, atentando contra las leyes físicas del sonido. Toda aquella gente escuchando en el más frágil de los silencios la voz lacerante de Chris McCandless.

Porque yo no soy él. No importa las veces que me imaginaras famélico, descuidado y sonriente, apoyada la espalda contra aquel viejo autobús verde “Fairbanks City” número 142. No era yo. Convéncete. Tú también te equivocabas a veces. Es cierto que nos unen algunas cosas. El amor por los espacios naturales abiertos y desolados. La pasión desmedida por viajar. La incesante búsqueda de nuevas expectativas como único medio de sentirnos vivos. Nuestra insaciable curiosidad –a veces hasta faltarnos el aire en los pulmones- por conocer toda esa belleza del mundo que nos rodea y sobre todo… nos aguarda. Nuestra temeraria y orgullosa autosuficiencia. La facilidad para el desapego -eso que tú llamarías ausencia de escrúpulos-. Esa distancia –caparazón- invisible que ponemos entre nosotros y el resto de la humanidad que evita que nos impliquemos demasiado y que en caso de reyerta nos permita meter todo en una mochila pequeña y huir a medianoche sin daño. Sin apenas dolor. Eso que tú llamarías incapacidad para amar a nadie. O sencillamente cobardía. Y nuestro egoísmo. Porque no hay ser más egoísta que el que cree necesitarse sólo a sí mismo. Quizá penséis ahora, a la vista de todo esto, que ella tenía razón. Que nos parecemos. Que me bastaría una raída camisa de cuadros para ser iguales. Pero también estaríais equivocados. Porque nos separa lo esencial: la relación con nuestros miedos. La carta de Chris McCandless a su amigo Ron Franz me enfrenta cara a cara a muchos de ellos. Cada lectura de esos pocos párrafos va acompañada de crujir de maderos, de costuras que ceden, de suelos que se resquebrajan. De un intenso e hiriente desasosiego. No. No se trata del miedo a donar una pequeña fortuna a una organización benéfica, de quemar el dinero restante en mis bolsillos y desaparecer. Por encima de todo está el miedo a concederle la razón. A decirle “Chris, tienes toda la razón”.  Porque si se la diera, no quedaría esperanza en tierra, cielo y océano capaz de consolarme.


miércoles, marzo 25, 2009

Periódico



Cinco años y un millón de dólares... A mi me ha bastado un billete de tren (con descuento) para alcanzar la misma certeza: este año la primavera empieza el 7 de Abril. Sobre las 20.45 de la noche. Podría ser más preciso pero los trenes a veces sufren retrasos.

martes, marzo 10, 2009

Noche épica


John Carlin es uno de mis cronistas deportivos favoritos. Uno de esos tipos capaces de convertir un gol en el último minuto de partido en la victoria de Aquiles sobre Héctor, un regate sobre el banderín de córner en aqueos saliendo del vientre de un caballo, hasta el punto de no saber con certeza si lo que uno está leyendo es un diario deportivo o la batalla junto a la muralla en el Canto XII de la Ilíada. En definitiva, uno de esos vilipendiados periodistas deportivos que convierten el deporte, el fútbol en este caso, en algo épico y trascendente preñado de hazañas increíbles, gestas fabulosas, héroes y dioses que bajan del cielo o ascienden de los infiernos para marcar un gol con la mano, dejar en el camino a malvados ingleses, o sumir a millones de personas en llantos inconsolables. John Carlin escribe para que después todos nosotros, una noche cualquiera, sentados en el borde de una cama contemos a nuestros nietos lo que una tarde lejana hizo un barrilete cósmico, una saeta rubia o un flaco holandés. O cómo una noche de 10 de Marzo de 2009 una hueste de guerreros blancos tomó la fortaleza inexpugnable de Anfield. John Carlin, queridos amigos, lo creáis o no, escribe en hexámetros dactílicos.

Artículo de John Carlin 10/03/2009 Diario As.

"Todos los jugadores ven la frase, escrita sobre un muro, justo antes de salir al campo. "This is Anfield": "Esto es Anfield". Tres palabras tan sencillas pero, unidas y en ese orden, tan extraordinariamente potentes. Inspiran a los de casa e intimidan al rival. A los jugadores del Liverpool les da oxígeno y alas, les llena de orgullo. Porque esa pequeña frase contiene toda la historia de un club hecho grande por el legendario entrenador escocés Bill Shankly y llevado a la gloria, a la conquista de cinco Copas de Europa, por titanes como Kenny Dalglish, Graham Souness e Ian Rush. También les sirve de alerta, preparándoles para el ruido ensordecedor, el tremendo grito de guerra, que oirán un par de segundos después, al saltar al terreno de juego. No hay afición en el mundo más apasionada y más leal que la de este estadio.
El impacto sobre el rival es a la inversa. El instinto natural al leer "This is Anfield" es empequeñecerse. Hay que ser fuerte, tener una enorme confianza en sí mismo, y en su equipo, para reaccionar de otra manera. Sin embargo, el Real Madrid es uno de los pocos clubes del mundo que puede competir con el Liverpool, incluso superarle, en cuanto a leyenda. Se lo debería decir Raúl a sus compañeros esta noche después de la cena: "Esto será Anfield, muchachos, pero this is Madrid. No lo olvidemos nunca".

Hoy es noche para la épica.

viernes, marzo 06, 2009

La palabra

Foto secuestrada

No llegué como ella a ningún castillo en el equipaje de un diplomático francés. De hecho puedo decir sin equivocarme que nunca he terminado de llegar a  ninguna parte. Llegar es un verbo más complejo de lo que creéis. Significa algo más que bajar de un avión, mirar el reloj de agujas de una estación de tren, colgar un cuadro de Vettriano en la pared desnuda del salón o regalar por navidad un pingüino de origami. Sin embargo, nos une una palabra. Una palabra afilada y fría como un cuchillo. No es “desesperanza”, mucho más inocente y roma –las zetas y las erres suaves siempre otorgan un cálido e inerme sabor melancólico- ni “desilusión”, que se deshace como un azucarillo de eses y haches en la boca. La palabra es “decepción”. No importa. Ya nada importa. He aprendido a convivir con esa palabra, a sobrevivir a ella, y este fin de semana volveré como antaño a ponérmela entre los dientes y pasaré por la quilla a todo aquel que se atreva siquiera a tocarme el ala del sombrero. 

jueves, marzo 05, 2009

Alexander Supertramp



Alexander Supertramp.

"El viaje iba a ser una odisea en el pleno sentido de la palabra, un viaje épico que cambiaría toda su vida. Tal como él lo veía, se había pasado cuatro años preparándose para llevar a cabo una obligación absurda y onerosa: graduarse. Por fin se había liberado de las ataduras, emancipado del mundo opresivo formado por sus padres y los que eran iguales que ellos, un mundo hecho de abstracciones, seguridad y bienestar material, un mundo en el que sentía como una dolorosa amputación la ausencia del latir puro y salvaje de la existencia.

Al escapar de Atlanta, y dirigirse hacia el oeste, pretendía inventarse una vida radicalmente nueva, una vida en la que sería libre y podría sumirse en una experiencia desprovista de filtros. Para simbolizar la completa ruptura con su vida anterior, llegó incluso a adoptar una nueva identidad. Ya no respondería al nombre de Chris McCandless, sino que iba a ser Alexander Supertramp, dueño de su propio destino."

(Jon Krakauer. Hacia rutas salvajes)

Autoficción II


James Joyce
"Estaba solo, despreocupado, feliz, cerca del corazón salvaje de la vida. Estaba solo con su juventud, terquedad y valor, solo en medio de la inmensidad de aire libre y agua amarga, de una cosecha marina de algas y conchas, de la luz velada y gris del sol."
(James Joyce. Ulysses)

Autoficción I

Jack London.

"La poderosa bestia primitiva se hacía fuerte en el interior de Buck y, bajo las terribles condiciones de vida de la traílla del trineo, no dejaba de crecer. Pero crecía en secreto, pues su recién adquirida astucia le proporcionaba equilibrio y control de sí mismo."

(Jack London, La llamada de la selva).

domingo, marzo 01, 2009

Ulysses


Foto de Sutpen

Era Madrid. La noche en que ella sobrevivió a Bacon y yo a los cuatro largos meses de espera en Isla Elefante. O al menos eso quisimos creer. Que estábamos vivos. Que vivíamos, por fin. Fue probablemente también esa fe inmensa la que transformó la carne en sensualidad, la violencia en ternura y el hielo antártico en agua dulce dentro de un vaso de ginebra. Me sentía tan feliz que cuando las dos únicas estrellas visibles del cielo de Madrid se alejaron en aquel taxi de madrugada, desoí sus indicaciones para llegar al hotel y decidí dar un paseo escogiendo calles al azar.

Y fue ese mismo azar quien me llevó a Dublín.

Un joven borracho me pasó un brazo por encima del hombro y me cantó bajito, casi en un susurro, junto al oído “you’ll never walk alone”. Fue sólo el comienzo. Ya nadie, ni tú ni yo, hubiéramos podido contener el Universo. Se desplomaba.

Enjoy a bath now: clean trough of water, cool enamel, the gentle tepid stream. This is my body.

He foresaw his pale body reclined in it at full, naked, in a womb of warmth, oiled by scented melting soap, softly laved. He saw his trunk and limbs riprippled over and sustained, buoyed lightly upward, lemonyellow: his navel, bud of flesh: and saw the dark tangled curls of his bush floating, floating hair of the stream around the limp father of thousands, a languid floating flower.”

(Capítulo 5. “Los comedores de loto”)

Una puta pálida me ofrece pasar un buen rato. Ya no tengo dudas, se llama Bella Cohen y camino por el viejo Monto. Sin detenerme le respondo con una sonrisa. Me devuelve otra sonrisa, infinitamente más triste, y me desea buena suerte. Hay sonrisas que sólo una puta puede entender.

“She is drowning. Agenbite. Save her. Agenbite. All against us. She will drown me with her, eyes and hair. Lank coils of seaweed hair around me, my heart, my soul. Salt green death.

We.

Agenbite of inwit. Inwit's agenbite.

Misery! Misery!”

“Secrets, silent, stony sit in the dark palaces of both our hearts: secrets weary of their tyranny: tyrants willing to be dethroned.”

(Capítulo 2. “Nestor”)

Miro el escaparate de la librería al pasar. Siempre lo hago. Él lo sabe. Y cae sobre mi. Sobre nosotros. Cae con el estrépito de seis años. Ya apenas puedo contener las lágrimas que me queman la garganta.


EL VIAJE DEL

ELEFANTE

José Saramago

Siempre acabamos

Llegando a donde

nos esperan.

“He opened the letter within the newspaper.

A flower. I think it's a. A yellow flower with flattened petals. Not annoyed then? What does she say?

Dear Henry,”

(Capítulo 5. "Los comedores de loto")