miércoles, septiembre 15, 2004

The Hundred




Hay anillos de pétalos secos alrededor de los jarrones y búcaros. Pistilos sin dientes. Hojas retorcidas y ocres. Abro todas las ventanas y la luz se arrastra de forma lenta por el suelo lamiendo cada centímetro de oscuridad adherida a las paredes, alojada como un insecto viscoso, húmedo y negro en los rincones. La oscuridad a veces, pasado algún tiempo, se estanca, y se convierte en algo tangible. Algo con lo que pudieras mancharte si lo tocaras. Poco a poco el aire, al contacto con el sol, se llena de estrellitas doradas de polvo y adquiere la textura de sueño viejo. De infancia. Subo escaleras y dejo mi vieja maleta, ajada víctima de la infamia de los aeropuertos, sobre la cama. Todo sigue igual. Las estanterías con los mismos libros. El escritorio atestado de papeles garabateados ordenados según inescrutable lógica, el ordenador portátil, algunos dibujos y algunos bocetos que nunca llegarán a serlo. Todo bien a la vista. No soporto que nada escape a mi control. No soporto no saber dónde está algo. Todo está ahí encima. Sólo tienes que mirar en la dirección adecuada, Sutpen. Mi guitarra bosteza sobre una silla. O se sorprende de verme de nuevo. Nunca sé si el oído de Irene es un bostezo o una mueca de asombro. Últimamente creo que es lo primero. Sé que es una estupidez poner nombre a una guitarra, pero hasta las más increíbles estupideces del ser humano tuvieron un motivo. Por descabellado y desolador que pudiera ser. El caso es que no podría llamarse de otra forma.

Bajo la escalera con mi mochila de tela desgastada colgada del hombro, salgo al porche y me siento en una de las mecedoras. Pronto el sol llegará a su cénit y el mundo a mi alrededor dejará de proyectar sombras. Adoro ese momento en el que todos dudamos por un instante de nuestra existencia, en el que nos convertimos en seres sin sombra. El mismo jardín. Sí, es cierto, algo desgreñado, dotado de cierto descuidado desaliño como el hombre o la mujer que despierta de un sueño largo y devastador tras una mala noche de alcohol o de hospital. La hierba un poco más alta y algunas hojas secas en los parterres de flores. Pero el mismo. Tomo el pulso a mi tristeza. Y no aparece. Suele hacer aparición tras viajes como éste. Pero esta vez volví directamente al Ciento. Y eso lo cambia todo. El Ciento siempre me reconcilia con la realidad de una forma dulce, cálida, sin ruido. Ambos nos necesitamos mutuamente. Quizá yo algo más. Hice bien al obviar aquel desvío de letras blancas sobre fondo azul en el kilómetro X de aquella nacional X. Hice bien al no encender el móvil cuando bajé del avión. Los aviones sufren retrasos. Todo el mundo sabe eso. Y los móviles se quedan sin batería. Es otra verdad incontestable. Yo no sabía y tal. Tengo dos días sólo para mí. Para despertar con suavidad, escuchando el trino de los pájaros al amanecer y el viento cálido azotando cada tarde las copas de los árboles. Para volver a la jodida realidad entre los brazos acogedores de esta casa, este jardín, esta tierra. Ahora abro la mochila y saco los dos libros de poemas que compré durante mi viaje. Es una verdadera suerte haber encontrado las traducciones en inglés. Y más suerte todavía haber hallado la traducción al español de uno de mis poemas favoritos, para leerlo aquí, en el porche, en voz alta. Y que los pájaros me escuchen. Y que el viento me escuche. Y que la tierra me escuche. Si no me dolieran tanto los nudillos hablaría, incluso, de un buen día…


:/


Momo Salvatore Giancana
era su verdadero nombre


Murió en una carbonera de Chicago
Sam Giancana

Con un cigarro cubano en la boca
Sam montaba en cadillacs rosas
calzando zapatos de piel de cocodrilo

Momo Salvatore Giancana era su verdadero nombre
Sus amigos sólo le llamaban Sam
El sello que llevaba en el meñique
Era regalo de Franki

Sam ascendió al trono en lugar de Al Capone
Sus mejores amigos eran
Frank Sinatra, Sammy Davis, Dean Martin
Y el joven irlandés John F. Kennedy
Tiraban Porsches a las mujeres guapas
Como se tiran migajas a los pájaros

Momo Salvatore Giancana, jefe de la Mafia
Calzando sus zapatos de piel de cocodrilo
Con su camisa de seda
Murió en una carbonera de Chicago

En lugar de ser presidente de los EE. UU.
Quería Franki ser un jefe menor en Mafia
Para Sam cantaba la canción de
‘My kind of town Chicago is?’
Encontraba las mujeres más guapas de Hollywood
Para Sam

Momo Salvatore Giancana era su verdadero nombre
Sus amigos Franki, Sammy, Dean y John
Sólo le llamaban Sam
Encargaba asesinatos como se encarga el desayuno
Jamás bromeaba, era un verdadero asesino

Murió en una carbonera de Chicago
Sam Giancana

Özkan Mert

(Traducción de Baris Tugberk)





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