jueves, abril 22, 2004

Té necesito. Té.



Casi 32 horas después de que revelara la existencia de The Hundred, V. me pregunta: “Oye, y ¿cuál es la dirección del blog?” “¿Qué blog?”, contesto, masticando una carcajada.

Esta mañana recibo un correo de M. Cito de memoria: “La próxima vez que vayáis a la tetería y pienses escribir sobre ello, avisadme, malditos. Nunca escribieron sobre mi. Quiero saber qué se siente cuando le convierten a uno en un personaje de tinta y papel”. A continuación un emoticón sonriente o guiñando un ojo, o ambas cosas a un tiempo, creo. Le sigue después un párrafo largo que no pienso recordar aquí. “Mira lo que he encontrado por ahí”, escribe ya casi al final. Reproduzco fielmente la cita:

Lady Astor (furiosa): “Señor Churchill, si yo fuera su esposa, pondría veneno en su taza de té”.
Churchill: “Señora, si yo fuera su esposo, me la tomaría”.

Hace mucho que conozco la supuesta anécdota. La leí en algún lugar o me la contaron hace ya algunos años. De cualquier modo no me resulta difícil imaginar estas palabras en la lengua afilada del británico. Siempre sentí una especial simpatía por este tipo con aspecto de bull-dog malencarado. Quizá porque a él me une una pequeña parte de su biografía. Posiblemente la más triste. Muchos son los que conocen al político Winston Churchill, de oratoria tan demoledora como controvertida, figura destacada en el desenlace de la II Guerra Mundial. No tantos conocen al tipo que combatió en el Cuarto de Húsares, uno de los más famosos regimientos del ejército británico, en Cuba, la India y el Sudán. El mismo hombre que recorrió casi 400 kms escapando de Pretoria, donde se encontraba como corresponsal del diario “Morning Post” tras ser hecho prisionero en la guerra de los boers en Sudáfrica y ser recibido poco más tarde en Inglaterra como un héroe.

M. acaba el correo con dos postdatas: “Si antes leían el periódico cuatro gatos, ahora lo leerán dos. Que se jodan.” Y la segunda: “Tienes que decirme cómo se exprime correctamente una naranja”.