sábado, mayo 08, 2004

Metáfisica cretina (gentilicio irregular de perteneciente a Creta)



"Deposite aquí sus esputos, por si acaso"

El ser humano.


Creo que en ningún otro lugar se piensa tanto en la muerte como a bordo de un avión. O al menos ése es mi caso. Lo he hecho en muchas ocasiones. Al despegar, en un tramo de turbulencias o mientras observo por la ventanilla el lecho algodonoso y amable de las nubes bañadas por la luz directa del sol. Recuerdo muchos instantes de temor en un avión pero ninguno como los 35 minutos que separaban Atenas de Iraklion. Una tormenta. Gritos sordos desde algunos asientos. Azafatas absolutamente ebrias caminando por el pasillo apoyándose en los asientos. Trepando casi. La voz poco tranquilizadora de uno de los pilotos advirtiendo de algunos minutos de turbulencias. Y de forma inevitable la pregunta que se filtra lentamente como un fluido viscoso y ajeno por los intersticios del cerebro. “¿Y si muero?” Porque en ningún otro lugar como en un avión para obtener el pensamiento de certeza de la muerte. Es claro, preciso, exacto. Certeza se llama. No hay opción a la esperanza de sobrevivir. Y sin embargo es inevitable que ese destello ridículo, grotesco, irrisorio y absurdo de esperanza cruce por un instante como un bufón torpe por tu mente. Sonrío. Y es mi penúltima sonrisa hasta que aterrizamos. Me maravilla ese apego del ser humano a la vida. Me fascina cómo intentamos asirnos a cualquier cosa con tal de no morir. Hasta la ráfaga de aire de la más absurda esperanza puede servirnos. Intento compararlo con algo y se me ocurre que es como saltar al vacío desde un octavo piso. O eso imagino. El mismo vértigo, intenso miedo inicial y la misma ridícula y fugaz esperanza de sobrevivir al salto. Un camión cargado de colchones que cruza en ese instante, un toldo de una panadería, hasta la posibilidad de volar si agitamos lo suficientemente rápido los brazos. Después del vértigo y del esputo de esperanza sobre el adoquín de la acera llega el miedo. Pienso sobre él. Busco la causa. Y no es difícil encontrarla: es miedo a la pérdida. Perder lo que tenemos y lo que nos gustaría tener si nos aguantara la vida. Miedo a perder posesiones y deseos. Centro mis pensamientos en las primeras. Y no me cuesta desprenderme de ellas. Al fin y al cabo ya las tenía y las he disfrutado. Las valoro y mido. Siento que hasta ahora he tenido una vida más o menos plena. Se entiende por plenitud a aquello que incluye la totalidad. He amado y me he enamorado perdidamente, sufrido, he sido muy feliz y también muy infeliz, he conocido, he aprendido, he viajado, he hecho realidad muchos de mis deseos y no he sido capaz de otros, he sentido y he dejado de sentir, hasta he muerto una vez y tiempo después resucitado. Me gusta la vida que he llevado. No sé si alguno de los que me leen pinta o ha pintado alguna vez. Es una sensación parecida a la de mirar el cuadro inacabado y sentir que es justo lo querías, que hasta ese preciso instante no se podría haber hecho mejor, el color exacto, los trazos perfectos. Por un instante temes acabarlo porque puede que el resto no salga tan bien. Hasta piensas en no terminarlo. Mi vida es ese mismo cuadro inacabado y perfecto en su indefinición. Piensen que estoy cayendo al vacío así que permítanme la miseria: Ese cuadro inacabado es mucho mejor que el acabado de otros muchos. Pienso que este tipo de miserias cuando se está a punto de morir son también habituales. Al menos cuando tienes tiempo para pensar sobre tu propia muerte. “No ha estado mal”, pienso. “Nada mal”. El miedo se disipa lentamente y empiezo a disfrutar del salto. El aire fresco contra tu cara, la sensación de ingravidez, un leve sentimiento de completa libertad. ¿Y qué hacemos con los otros? Los deseos. El miedo a perder lo que anhelas tener. Mastico el pensamiento: el mie-do a per-der lo que an-he-las te-ner. Hiede a probabilidad. Sabe a inasible futuro. Como si masticaras un trozo de corcho. No me cuesta demasiado escupirlo justo al lado del adoquín donde reposa el esputo de esperanza. Ambos son ridículos, bufones torpes. Perder lo que no tienes…. Bah. Es curioso que no haya pensado antes en otra vida tras la muerte, en alguna especie de reencarnación. Hay quien podría creer que ya estoy pensando en ello pero no es cierto. Sólo he pensado que es curioso que no haya reparado en ello antes. Ni siquiera entro a valorarlo. Muchos años de educación católica para darme cuenta que ni siquiera en el momento de morir me sirve de último consuelo. Algún día alguien se dará cuenta de que si en esa otra vida no se permiten muchos de los placeres que hacen que un tipo como yo sienta miedo de perder esta vida no vale demasiado la pena. No parece demasiado divertido pasar los días paseando por “El Cielo” sin ningún tipo de apetito. Intento concluir algo volviendo a la pregunta inicial. Entonces… ¿si muero? Si muero, nada. Volveré a mi vida anterior a mi nacimiento. Y no recuerdo que fuera una mala vida… Sonrío. Justo antes de tomar tierra miro de soslayo el brillo tenue y untuoso de los dos esputos en sus respectivos adoquines. “¿Quieres dejar de mirar eso, joder?”, me digo y muevo negativamente la cabeza.