sábado, mayo 22, 2004

Rendición




El mensaje es una palabra. Una sola palabra con todas sus letras. Cuatro letras. Impecables. La primera mayúscula, las siguientes en minúscula. Sin un punto final que evite que se derrame, que se extienda… que fluya… Así que ahí está, derramándose, extendiéndose, fluyendo de izquierda a derecha desde la cumbre de la A mayúscula. Pero cómo podría contener un punto el flujo incontenible de esa palabra. Sería inútil. Tarde o temprano terminaría abriéndose paso, acabaría filtrándose por el borde redondeado del punto y arrastrándolo. Por eso ella ni siquiera se molestó en ponerlo. Se rindió a la imposibilidad. Siempre tan consciente de lo imposible mi querida S.
En un principio fue un lago sin castillo, dragones ni princesa. Más tarde fue un río, después un océano con horizonte y luego sin él. Pasó el tiempo y no hubo puntos, palmas de manos ni presa de Asuán capaz de contener las cuatro letras de aquella palabra, porque ya eran dos. Una de ellas derramándose inmensa desde la alta cúspide de su mayúscula cima. La otra creciendo intensa desde su delgada y minúscula rendija hasta convertirse en un haz colosal, inabarcable. Por eso ella se rindió a lo imposible. A lo incontenible. Y yo me rendí con ella jurándome escoger con más cuidado mis postales en futuras ocasiones. Porque hay palabras que sólo caben en el agujero negro de un móvil.

“Azul”, decía.


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