domingo, agosto 15, 2004

Buscando a Firpo...




De mi padre heredé dos cosas de valor: libros y amigos. “Nene, cada vez te parecés más a tu papá”, me dice con ese acento porteño que se niega a abandonarlo mientras me da algunas palmadas en la espalda invitándome a pasar. He acabado resignándome a que me siga llamando “nene” pese a los años que nos contemplan a ambos. Siempre fui “el nene” y las cosas no parecen haber cambiado demasiado para él, aunque, muy a pesar suyo, cambien sin cesar y hayan dejado de vender brillantina y hacer buenos cócteles y tenga que conformarse con gomina del Mercadona y los San Franciscos infectos del chico del pub de abajo. Así que le evito malos tragos, Sé que no soporta los cambios. Su casa es un santuario para los amantes del boxeo. Fotos en blanco y negro de Muhammad Alí, Rocky Marciano, Carlitos Monzón, Marvin Hagler y de su predilecto, “Sugar” Ray Robinson decoran las paredes de su modesto piso en el centro de Madrid. Hay decenas de trofeos amontonados en las vitrinas de los muebles del salón, sobre la televisión y como sujeta libros en las estanterías, la mayoría ganados en Argentina. Mi padre conoció a F. en una de las veladas de boxeo del viejo cine Numancia, cuando éste apenas contaba 20 años y acababa de llegar a España con ínfulas de firme promesa del peso ligero. “Tú papá ganó mucha plata conmigo al principio, nene”, suele decirme. Por aquel entonces mi padre gastaba parte del dinero que no teníamos como promotor de combates semiclandestinos entre jóvenes púgiles sin blanca reclutados en gimnasios con promesas de dinero fácil e indoloro… o casi. “Carne de ring”, que decían. En uno de esos gimnasios “El Negro F.” conoció a L., mujer de extraordinaria belleza que frecuentaba esos lugares en busca de su perversión favorita: los boxeadores. “Y tu papá no lo era. Tu papá gastaba cara linda, chaquetas caras, zapatos limpios, perfumes extranjeros y palabras finas, pero no usaba guantes y en calzón resultaba ridículo, así que le afané a la L.” me dice con una sonrisa entre amarga y orgullosa. Más tarde L. le afanó a él el corazón, el dinero, la dignidad y lo más importante en un boxeador: la pegada. “Negro, L. te volvió blando, te convertiste en pura mantequilla, sin llamarte Nápoles”, le decía mi padre entre risotadas. F. reía también, más resignado que divertido. “Por aquella mina, nene, hasta tu papá se hubiera convertido en aceite de girasol por despertar un solo día a su lado… y yo amanecí junto a aquella hembra dos años”, me explica bajando paulatinamente la voz hasta casi un susurro con un brillo vítreo engastado en las pupilas. Poco más tarde, justo antes de arrastrar los guantes por los cuadriláteros y cuando aún conservaba algún cartel, vendió un par de derrotas a buen precio, compró un ultramarinos y se retiró.

Existencialismo. Y un carajo. Cuando se crece rodeado de tipos que tienen la nariz rota, usan brillantina, fuman tagarninas y escuchan veladas de boxeo pegados a la radio, la libertad para escoger no existe. Acabas deseando que un cualquiera te rompa también la nariz en una reyerta callejera. Y a fé que alguna vez lo han intentado. Sin suerte, desgraciadamente. A los ocho años muchos niños se iban a la cama con cuentos de apuestos príncipes mata-dragones. Otros, con la increíble historia de Firpo y la noche en la que casi le gana a Jack Dempsey, “El Martillo de Massana”.

“Cuéntamela otra vez, F.”, le digo, mientras doy el primer sorbo a mi dry martini. Nadie cuenta esa pelea como “El Negro F.” Él, como otros muchos boxeadores argentinos, debe a Firpo su afición al boxeo. De hecho, aquella pelea en el Polo Ground de Nueva York, resucitó el, por aquel entonces, maltratado y perseguido boxeo en Argentina hasta convertirlo en casi una religión. “Te la contaré tal y como me la contó mi papá”, me dice, mostrándome una sonrisa escasa de dientes. Su padre fue uno de los más de diez mil aficionados bonaerenses que aquel día de 1923 abarrotaron los alrededores del periódico “La Nación” esperando ver en el letrero luminoso de la fachada el nombre del púgil argentino. El diario dispuso un complejo aparato telegráfico, para poder contar con la noticia al instante, de manera que colocaron un cartel en la entrada de su redacción con los nombres de ambos contendientes que se iluminaría al anunciar al vencedor.

Firpo era un gigante de un metro noventa y casi cien kilos de peso. Lejos de la leyenda negra de “chicos malos” que persigue a la mayoría de boxeadores, el de Junín era un tipo bonachón y amable que sonreía constantemente y que sólo desataba su temible pegada en los rings de boxeo y lo hacía de forma casi resignada, como quien se levanta cada mañana a las siete a trabajar porque no tiene más remedio que hacerlo. Y sobre todo, peleaba con una nobleza pocas veces vista sobre un cuadrilátero. “Parecía pedir perdón cada vez que hundía un pómulo o rompía una mandíbula, nene”, me dice F. inclinándose hacia delante en el sillón. Pese a afirmar en días precedentes que la pelea no le llegaba en el mejor momento por una inoportuna fractura en el húmero de la que todavía se resentía, en ninguna otra pelea estuvo tan seguro de su victoria. Llegó al Polo Ground a las 21.30 en un taxi, sonreía constantemente, gastó algunas bromas a los miembros de su equipo e hizo gala del mismo buen humor de siempre. “Un mes antes había soñado que besaba el cinturón de los pesados y hasta guardaba el sabor metálico del latón dorado en la lengua, lo guardé hasta esa misma noche antes de que el sabor de la sangre en la boca me lo borrara. Entonces supe que no iba a ganar”, confesó después de la pelea a un periodista. A las 21.55 los contendientes subieron al ring aclamados por las casi 90.000 personas que abarrotaban el Polo Ground de Nueva York y las otras 90.000 que llenaban los aledaños al estadio. Firpo cubierto con su famosa "robe de chambre" a cuadros; Dempsey, con un sencillo sweter en la espalda. La campana que daba comienzo al combate sonó a las 22:03 de la noche. Fue la primera pelea calificada como “La Pelea del Siglo”. Después llegaron otras, como las de Rocky Marciano contra Archie Moore, “Sugar” Ray Robinson contra Jack LaMota y sobre todo las de Muhammad Alí, contra George Foreman en el Zaire y especialmente sus míticos combates contra el indomable Joe Frazier, con fracturas, sangre y hospitalizaciones de por medio. Pero los críticos afirman que ninguna otra pelea despertó tanta expectación como la de Firpo contra Dempsey. Desde muy temprano, una enorme muchedumbre formó largas filas para adquirir las entradas populares que se vendían el mismo día del combate. A las 16:30 de la tarde se abrieron las puertas y entraron los primeros diez mil fanáticos. El tráfico en las cercanías al estadio era un caos y el caudal de personas que se acercaban en las líneas de transporte públicas formaba una auténtica marea humana. Según un cable noticioso de la época: “Hacia las 19:00 horas comenzó un verdadero alud humano. Las líneas elevadas de las Avenidas Sexta y Novena, que corren por la Octava Avenida y tienen estación frente al mismo Polo Grounds, al igual que los trenes subterráneos que corren por la Lenux Avenue y la Jeronie Avenue, funcionaban a su capacidad máxima de transporte, sucediéndose los convoyes especiales con intervalos de segundos entre uno y otro”. La prensa también fue masiva: mil fueron los cronistas acreditados al evento, 300 en el ring side y 700 en las gradas. “En ninguna otra ocasión me sentí tan gallo de pelea como aquella noche. Si hubiera matado a Dempsey o él me hubiera matado a mi, aquella muchedumbre hubiera rugido de placer de igual manera”, le dijo Firpo a Dan Washington, el famoso masajista que le asistió aquella noche.

“El primer asalto comenzó con un intercambio feroz de golpes salvajes que nunca antes o después fue vista”, dice F, lanzando algunos golpes al vacío. Luis Ángel Firpo dirigía una y otra vez su demoledora derecha buscando la cara de Dempsey y “el Martillo de Massana” se fajaba con destreza buscando los huecos que el argentino dejaba en su guardia para enviarle golpes rápidos y duros. Firpo superaba al americano en pegada pero el de Colorado era más técnico y su juego de piernas era de los mejores que se han visto sobre un cuadrilátero. Antes de acabar el primer asalto Firpo ya había besado la lona cuatro veces y sangraba como un toro por la boca y la nariz. Luis Ángel Firpo, “El toro salvaje de las Pampas”, así lo bautizó el periodista Damon Ruyon, al verlo sangrar profusamente e incorporarse inmediatamente con gran nobleza. “Fue uno de mis errores aquella noche, debí agotar mis cuentas hasta nueve antes de levantarme”, se lamentó después Firpo. Fue entonces, finalizando el primer asalto, después de levantarse por cuarta vez de la lona, tras registrar una serie de nueve golpes consecutivos sobre el cuerpo de Dempsey, cuando llegaría el, sin lugar a dudas, knockout más famoso de la historia del boxeo. “Mi primer sentimiento fue de incredulidad al ver a aquel hombre de casi 90 kilos volando como una grácil mariposa fuera del ring. Recuerdo que me miré con extrañeza el puño derecho”, afirmó Firpo días después. El bonaerense había sacado un terrible gancho de derecha que había enviado a Dempsey entre las cuerdas hasta aterrizar en el “ring side” donde se agolpaban los periodistas. Dos de ellos, el comentarista Jack Lawrence y el operador de Western Union, Perry Grogan, ayudaron al campeón a reincorporarse y regresar al ensogado para continuar el combate. En este preciso instante comienza también una de las mayores polémicas suscitadas jamás por una pelea de boxeo. Se aseguró que Dempsey tardó más de los segundos permitidos para regresar al cuadrilátero, incluso, en el libro biográfico de Firpo se afirma que el film de la pelea fue adulterado porque era una prueba de ello. Hasta los citados Lawrence y Grogan fueron despedidos tiempo después de sus respectivos trabajos. Lo que no hizo más que alimentar la polémica. El árbitro del match, Johnny Gallagher, fue suspendido poco tiempo después por la federación americana de boxeo durante cinco semanas por motivos nunca conocidos. “Al Toro le afanaron la victoria, nene, con la facilidad de quien le roba un caramelo a un niño”, dice F. con un deje de tristeza en la voz. Tal fue la repercusión del asunto, que hasta la máquina de escribir sobre la que supuestamente cayó la humanidad de Jack Dempsey, fue subastada tiempo después y adquirida por un coleccionista a un precio astronómico. "Es el mejor peleador con quien haya luchado hasta ahora; me ha pegado más fuerte que ningún otro pugilista. Antes de la pelea me preguntaba si Firpo estaría calificado para pelear, pero, sin duda que si", aseguró Dempsey tras la pelea. Incluso cuando el campeón americano visitó Argentina, algunos aseguran que confesó que esa pelea reglamentariamente la había perdido. La noticia falaz del definitivo knockout de Firpo corrió como la pólvora en los barrios más periféricos de Buenos Aires y muchos argentinos pasaron la noche festejando la victoria del Toro hasta que al día siguiente encontraron la noticia de la derrota en los diarios. Lo cierto es que Dempsey se incorporó, entró al ring, continuó la pelea e inmediatamente sonó la campana para señalar el final del primer round. El segundo asalto apenas duró 57 segundos, los suficientes para que el “Martillo de Massana” castigara con dureza con golpes de izquierda y derecha la ya maltrecha mandíbula del argentino derribándolo por tierra una vez más. A pesar de ello aún le aguantaron las fuerzas al Toro para, enceguecido, haciendo caso omiso a las más elementales reglas de defensa del boxeo, abandonando la guardia y la sensatez, colocarle un terrible “swing” en la mandíbula al americano, pero Dempsey se levantó sereno y descargó furiosas y rápidas derechas sobre Firpo hasta derribarlo. Cuando el Juez Gallagher contaba el octavo segundo, Firpo hizo un último esfuerzo por levantarse, pero sólo logró levantar la cabeza para quedar KO inmediatamente. Este fue su último gran esfuerzo durante la pelea. “Me siento en excelentes condiciones y repito que dentro de seis meses o un año podré vencer a Dempsey”, fueron sus primeras palabras tras recuperar el conocimiento. La esperada revancha nunca llegó. Tras la calificada como “Pelea del siglo”, Dempsey no combatió por espacio de tres años, transcurridos los cuales, entregó la corona inmediatamente después ante Gene Tunney.

El Negro F. hace una pausa, apura su copa de coñac, y añade, los ojos fijos en el fondo del cristal, su sonrisa desdentada perenne en los labios gruesos: “Creo que es el único boxeador en la historia al que le alcanzó la fama por perder un combate. En la Argentina fue recibido como un héroe, todos los niños queríamos perder como Firpo, sangrando como un toro por la nariz y la boca”. Tiempo después, hasta Cortázar llegó a inmortalizarlo en uno de sus cuentos, “Circe”, no fuera a ocurrir que algún Juez Gallagher, disfrazado de tiempo, olvido o abandono volviera a contarle menos segundos de los debidos al pobre Toro Salvaje de las Pampas:

"Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigo pensando que "inmortalizar" es un verbo demasiado grande para esa pequeña referencia, pero supongo que sí, has ganado (otra vez). Los jardines que no son de Ronsard a veces son muy bellos, aunque por esta vez me temo que Bobito se queda sin Guisante.
S.C.

Vero Mara dijo...

Hola MI nombre es Veronica, Mi mail es verfonica@hotmail.com Y tengo en mi poder los Guantes de FIRPO, los unicos que tenia y usaba. Voy a ponerlos a la venta, ya que una subasta implicaria muchas cosas que no estan a mi alcance. Si estas interesado o alguien, podria hacerme una oferta a mi mail, desde ya cuchas gracias

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