jueves, mayo 11, 2006

Espejos.

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La encontré mientras anochecía en Marrakech, sentada en la terraza de mi salón de té favorito mirando a la plaza Djemaa el Fna. Fumaba hachís como la última vez que la ví y bebía té junto a un joven marroquí de brillante piel aceituna y pelo ensortijado. Pero bien podía haberla hallado en la Habana vieja, bebiendo ron frente al Malecón y acompañada de un joven cubano de brillante piel canela. “Los putos irlandeses están por todas partes”, me susurra junto al oído, colgada de mi cuello. “Los irlandeses somos demasiado grandes para un mundo tan pequeño”, respondo sonriendo y acomodando el cuerpo a sus abrazos siempre demasiado efusivos. Me invita a compartir el té con ellos. Miro al chico que me observa a su vez con curiosidad y aduzco algo de prisa. “Mañana te invito a desayunar”, le digo sin demasiadas esperanzas de éxito. “La prisa mata, ya deberías saberlo, M., y quizá mañana sea demasiado tarde. Anda, siéntate”. Mediada la tetera, el chico, que apenas ha intervenido en la conversación, se levanta, la besa, me estrecha la mano y se despide de ella con unas breves palabras en darija que no logro entender y a las que ella corresponde con una amplia sonrisa.

N. es un espejo cóncavo en el que evito mirarme por temor a verme reflejado. Seis años de terrible relación la convirtieron en esa superficie pulida y brillante que no deja pasar la luz y que yo no me atrevo a mirar con detenimiento. Allí, esperando la reflexión de la luz de mi rostro sobre ella están muchos de mis miedos. El miedo a enamorame y a no enamorarme, el miedo a la soledad y el miedo a dejar de estar solo, el miedo a sentirme vulnerable y el miedo a sentirme invulnerable, el miedo a amar más y el miedo a amar menos, el miedo a ser el que fui y el miedo a ser el que soy, miedo a que mi sangre se convierta en un frío metal líquido y miedo a que sea sólo sangre. Miedo a convertirme también en un espejo.

Quizá por eso tomamos té mirando fijamente la plaza. Niños boxeadores, encantadores de serpientes, artistas de la henna, cuentacuentos y faquires. Ni un solo espejo brillando en la noche.

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