Como cada noche la niña volvía a la casa grande donde él esperaba sentado en el porche, trepaba por sus piernas huesudas hasta llegar a su regazo y allí preguntaba con su boca pequeña de finos labios:
- ¿Hola?
Pocas eran las veces en que el Diablo respondía, pero casi siempre sonreía. Una delgada línea trazada a cuchillo en los labios, una mueca indefinida e inescrutable.
- He comprado un libro. “La Metamorfosis” se llama –decía la niña, siempre con una sonrisa perfumada de melocotón entre sus desvanecidos labios- . Mire, lo he traído conmigo.
Entonces la niña sacaba el libro de uno de los bolsillos de su falda y le leía al Diablo algunos párrafos. Otras veces, sólo compartía con él pensamientos, sentimientos acumulados durante el día y que caían durante la noche sobre su regazo convertidos en una fina y plácida lluvia de palabras.
Al diablo no parecía importarle. Incluso alguien que hubiera podido atravesar su sonrisa inexpugnable hubiera dicho que parecía gustarle. En realidad, agradecía esa sencilla y refrescante lluvia de palabras que humedecía sus piernas y limpiaba el aire. Hacía demasiado calor en aquella casa enorme y el olor a sulfuro, salitre, carroña y plumas de cuervo no ayudaba a mejorar la delicada salud de sus pulmones.
Aquella noche, cuando la niña se marchaba extendió una de sus garras y le ofreció una flor azul que ambos veían pudrirse con rapidez por el tallo. La niña aceptó el regalo, tomó veloz la flor antes de que la podredumbre llegara a los pétalos, bajó de nuevo por sus piernas y se marchó dejando tras de sí el mismo perfume suave a cacao labial de melocotón.
jueves, julio 15, 2004
La niña y el Diablo
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1 comentarios:
ayyyyyyyyyyyyyyyyy
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