lunes, octubre 26, 2009

La máquina voladora


Nadie de los que durante todos aquellos meses lo viera recoger todos esos objetos y ensamblarlos en aquel extraño conglomerado pensó nunca que aquella disparatada máquina volaría. Sin embargo, él en ningún momento se sintió persuadido de abandonar su proyecto y continuó visitando los parques donde recogía las hojas secas que el otoño descosía de algunos árboles y las plumas abandonadas de muchos y diferentes tipos de aves, los colegios donde, a hurtadillas, sustraía los avioncitos de papel que los niños lanzaban en los momentos de bostezo desde las ventanas de las aulas y las grandes avenidas donde corría tras los sombreros que el viento arrancaba de las cabezas de algunos señores. El vendedor de globos de helio del parque junto a la Iglesia también hizo una pequeña fortuna con él. Al igual que el propietario de la tienda de juguetes donde vendían aquel artilugio de madera que al ser impulsado por la fricción de las palmas de ambas manos hacía volar la hélice del extremo. Buscó caminos blancos a las afueras de la ciudad y llenó cientos de bolsas de polvo. La tarea no siempre era agradable. No lo fueron, por ejemplo, aquellos meses en los que se dedicó a cazar insectos y arrancarles, una por una, las alas. Por sus manos pasaron libélulas, abejas, avispas, moscas, abejorros, mariposas, típulas y otros cientos de insectos alados. Incluso las cuatro alas de un pez volador disecado que compró por internet a un coleccionista. No fue capaz de imaginar sobre la faz de la tierra nada tan volátil como las alas que permiten volar a un pez. Así fue reuniendo durante casi un año todo lo etéreo que pudo imaginar. Esa era la esencia de su razonamiento: si construyes una máquina con material volátil, volará. La reflexión le pareció de una lógica tan rotunda en aquel soleado día de otoño que había empezado nublado en su corazón que asintió fuertemente con la cabeza y sonrió. Fue una sonrisa que amaneció con el sol de un domingo y anocheció con la luna de medianoche de un lunes. Duró casi un día.

Meses más tarde llegó el momento en que hubo que probar el artefacto. Fue un martes a última hora de la tarde. Todos los que se congregaron para ver el rotundo fracaso de aquel amorfo dislate y minutos más tarde lo vieron elevarse con la suave brisa vespertina hacia las altas cúpulas del cielo coincidieron en que nunca antes habían visto nada que volara con tanta naturalidad y gracia. Como si aquella inverosímil máquina voladora hubiera estado allí colgada en las alturas desde tiempos remotos. Como si fuera parte del mismo aire.





If you got a pretty good idea what are you looking for
Then you got a pretty good idea of what you'll find
You don't have to go so far these days
To find yourself a made up mind...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ata tu blog a tierra firme o también acabará por el aire. Bonita, muy bonita historia... ¿Sutpen? :-) También me gustó la canción. Hay cosas que nunca cambian, tienes razón.

Pup,

Sutpen dijo...

Supongo que una vez en el umbral de mi puerta sólo puedo darte la bienvenida. Sin preguntas. Ese siempre fue el trato.

Sutpen, sí.

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