martes, julio 14, 2009

Parténope

Fontana della sirena (Nápoles)


Te conté cómo hacerlo. Tendríamos que descender poco a poco, controlando el ritmo cardiaco, a lo largo de todas las tonalidades de azul. Desde el más claro de la superficie al más sombrío de las profundidades. Estaría oscuro. Haría mucho frío. Nos sentiríamos solos. Y una vez allí abajo, tendríamos que desearlo con toda la fuerza de la que fuésemos capaces. Justo hasta que el miedo a morir se desvaneciera, fuese algo tan liviano y volátil como una burbuja de aire. Sólo entonces, cuando ellas estimasen que nuestro deseo es lo suficientemente poderoso, más poderoso incluso que la muerte, que podríamos abandonar todo, incluso nuestra vida, por ellas, distinguiríamos entre las tinieblas abisales los primeros destellos argénteos de sus escamas. Las delicadas primeras notas de su seductor canto.

Tú dijiste que no sería difícil. Yo sonreí. Como S. sonreiría al verme doblar el primer pliegue de un dragón Satoshi Kamiya.

Aguantamos la respiración poco más de siete meses. No fue suficiente. Lo nuestro, admitámoslo, nunca fue la apnea.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay cuentos tan azules que parecen negros.
Ojo. Sólo lo parecen.
El negro require mucha más destreza.

S.C.

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